El Gobierno del Doctor Frankestein
De
lo poco que recuerdo de aquella película del monstruo de Frankenstein con Boris
Karloff, era que el monstruo era un ser simple hasta que empezó a sentir.
Este
gobierno cosido con diferentes partidos, alguno de ellos en avanzado estado de
descomposición y otros criados sobre las tumbas, ha nacido con voluntad propia gracias
a la electricidad que alimenta a las emisoras de radio interesadas, a las televisiones
miserables y a las rotativas infectas, siervas de uno intereses mezquinos, a la
sombra de una sociedad pseudo-progre. Lo de menos es como ha nacido, lo
importante es que ya está aquí para quedarse y para darnos miedo.
Y
cabría preguntarse si, como a aquella niñita que acompaño al monstruo del
Doctor Frankenstein para jugar con flores en el rio, debemos dejarnos coger de
su mano, o debemos salir huyendo despavoridos. No debemos tenerle miedo aunque
sí respeto, no mientras esto siga siendo una democracia. Ahora, el monstruo es casi
humano, y la mano que asesinó un día ahora está dirigida por un partido semi-insensato
que debería intentar no auto-estrangularse y evitar matar a alguien para no morir
antes de los anuncios.
La
repulsa que podemos tener contra este monstruo no puede conducirnos a encender las
antorchas para buscarle en la noche, porque queramos o no, no es un ser
aislado, sino que tiene multitud de fans enfervorecidos que le jalean como
precursor e inventor del progresismo en este país, que repiten sin mostrar un ápice
de vergüenza por ello, lo que les dictan los medios de comunicación putrefactos.
Démosle una mano, mientras blandimos en la otra la espada de la justicia y nos cobijamos
en el Estado de derecho. Hagamos una oposición sensata, sin ira, sin deseos de
venganza, sin miedo, seamos constructivos, llevémosle a nuestro terreno, enseñémosle a convivir con la ciudadanía, pongámosle música que le amanse, démosle flores para
tirar al río, y puede, solo puede, que al final no nos ahogue.
No
tengo ninguna fe en que debamos tenderle la mano, pero es lo único que podemos
hacer con las armas que dispone el Estado de derecho, y sobre todo la justicia.
En el caso no tan hipotético de que quiera poner sus manos en la justicia
para blanquearlas, entonces no nos quedará otro remedio que prenderle fuego junto
con el molino. Mucha fe no tengo, porque quien cree que tiene la verdad
absoluta suele pensar que también debe tener el poder absoluto, así como la
obligación de que los demás comprendan y compartan sus verdades a cualquier
precio, pero no hay otra postura que no sea la tenderle la mano al monstruo que
han creado los pescadores que revuelven este río, con la vana esperanza de que
el monstruo deje de serlo, o que esta vez mate al doctor que lo creó, que es el
verdadero monstruo de esta película.
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